Cazadores de letras

Fumando, me quedo dormida. Del otro lado, soy feliz: es un buen sueño. El cigarrillo cae sobre la alfombra y la enciende. La alfombra enciende la cortina. La cortina enciende la colcha. La colcha enciende las sábanas. De la casa queda sólo un montón de cenizas. Del otro lado, sigo siendo feliz: ya nada puede obligarme a despertar.

Cuando adolescente, se desplegaban ante mí, como un aba­nico, todas mis posibilidades: podía llegar a ser piloto de avión o maestra, ama de casa, escritora, boxeador o torre de petróleo. Con el tiempo, con cada opción, con cada vuelta del camino, el abanico se fue cerrando, creciendo en una sola dirección, hasta convertirse en un destino único, enhiesto, solitario: definitivamente torre de petróleo.

De vez en cuando, casi involuntariamente, el bebé muerde el pezón. Después sigue mamando. La madre lanza un breve grito pero inmediatamente recupera su placidez. Aunque progresivamente pálida, debilitada, mamá extraña durante el día a ese bebé gordo y rosado que sólo llega de noche, que se va gateando por el jardín poco antes del amanecer.