—¡Alabado sea Dios! —exclamó lady Manston.
George y Billie se dieron la vuelta. George no sabía si a Billie le ocurría lo mismo, pero él había olvidado que tenían público.
—¿Sabéis lo mucho que me he esforzado para lograr esto? Cielo santo, pensé que tendría que golpearos con un bastón para haceros entrar en razón.
—¿Habías planeado esto, madre? —preguntó George, sin poder creerlo.
Lady Manston se volvió hacia Billie.
—¿Sybilla? ¿De verdad? ¿Alguna vez te he llamado Sybilla?
George miró a Billie. Parecía que no podía dejar de pestañear.
—He esperado tanto tiempo para llamarte «hija» —repuso lady Manston, acomodando un mechón de cabello detrás de la oreja de Billie.
Billie frunció el ceño, moviendo la cabeza de un lado a otro para intentar entender la situación.
—Pero siempre he creído… que el elegido sería Edward. O Andrew…
Lady Manston sacudió la cabeza con una sonrisa.
—Siempre ha sido George, querida. En mi cabeza, al menos. —Miró a su hijo con expresión mucho más intensa—. Supongo que le habrás propuesto matrimonio.
—Creo que se lo he exigido —admitió él.
—Mejor aún.