Pero Christian ni siquiera la miraba.
La miraba a ella. Senos oscilantes, alterados, boca entreabierta, ojos brillantes, la lengua asomando un poco. La clásica erótica.
¡Qué risa! Y aquella monería, beldad de las beldades, elegante, enormemente bien vestida, era la esposa del pasivo Roland
Los había idiotas.
Bueno, al fin y al cabo, Roland, para tales cosas, siempre lo fue.
Era, sí, listo como una ardilla para sacar dinero de las piedras, para hacer negocios, cambiar, vender y comprar, pero con las mujeres era un mazo.