La ley y, antes que ella, las normas de la distribución de alimentos se redactaron bajo el supuesto de que los funcionarios y los colaboradores del gobierno, entre ellos los propietarios de las tiendas de racionamiento, ejecutarían el programa con diligencia, o como meros robots, es decir, que tomarían los alimentos subsidiados por la FCI y los entregarían al instante a los pobres.