La Vida Misma

Benjamín, mientras tanto, ha elaborado la teoría del cerco al cerco. Se trata básicamente de oponer a la presión (económica: les retrasan la entrega de los fondos municipales colectados de impuestos por el gobierno estatal, recursos federales programados que no llegan, apoyos federales tradicionales que se canalizan hacia otras regiones: préstamos bancarios, carreteras, clínicas del ISSSTE en construcción; publicitaria, sanitaria), una presión desde adentro consolidando el poder del ayuntamiento rojo de Santa Ana y extendiéndolo a las zonas vecinas, con cautela y suavidad, y otra externa: una campaña de prensa nacional que involucra a intelectuales, periodistas, artistas y hasta los escasos diputados de izquierda en el parlamento.

Por eso estoy aquí, y no me engaño. Soy un prestanombres de una revolución imposible y no por ello menos necesaria. La diferencia con otros escritores y periodistas que se están metiendo de lleno en la lucha de Santa Ana al llamado del ayuntamiento rojo, es que yo no escribo un carajo, y sin embargo, juego a las estatuas de sal mientras paseo por la ciudad con mi uniforme y mi gorrita beisbolera.

Sea lo que sea, lo cierto es que la táctica de Benjamín está dando resultado, Santa Ana es un nombre que comienza a ser conocido nacional y hasta internacionalmente gracias a la prensa extranjera y a las traducciones de textos mexicanos en revistas francesas y norteamericanas.

Ésta es la peor hora de Santa Ana, el momento de soledad antes de que se decida a escribir un rato, oír música tendido en la cama, o alguien se aparezca para ofrecerle una última ronda nocturna por el pueblo, llenando la hora mortal con historias viejas que a JD le parecen eternamente nuevas, recién estrenadas.

El teléfono sonó, JD le sonrió al aparato que adivinó su soledad.

—Tenemos un muero re’raro, jefe —dijo la voz de Barrientos en el aparato.

—¿Por qué?

—Ya lo verá. Baje y en dos minutos estoy en la puerta con la moto

Pues si es así, ya la cagaron, porque en ésa, vive el mero culero —dijo El Ciego sonriendo.

—¿Cuál de todos?

—Melchor Barrio, el cacique del PRI