Pensar una escuela inclusiva y no excluyente de por sí habla de un cambio paradigmático. Sin embargo, nuestro hacer docente nos compromete a visibilizar, desde el gesto donativo, otra narrativa que devele lo indecible del dispositivo técnico, jurídico y utilitario que persiste, habilitando el lenguaje ético sustancial del hecho educativo. Por ello, creemos que es imprescindible reconocer la fragilidad inicial que nos transmuta en aprendices del mundo, para deconstruir e interpelar la fórmula inacabada de que “todos tienen derecho”. En otras palabras: de-formar los dispositivos técnicos que suponen cambios que no transforman, sino por el contrario, persisten en la discusión dual y neutralizante de exclusión-inclusión.
Si la educación es encuentro, relación, un hecho complejo, la discusión debe producirse en: cómo nos encontramos desde los distintos entramados de relaciones.