Las mujeres que amé es un libro de dos novellas en las que se trata el mismo tema: la imposibilidad del autor
de mantener una relación amorosa. ¿Por qué contar eso? Porque detrás de los celos, la melancolía, el juego
de seducción o la infidelidad está el egoísmo como una especie de obsesión por no dejar que la entrada de otro en la vida del narrador lo acabe diluyendo. El egocentrismo, como un mecanismo de supervivencia
inconsciente y obsesivo, representa el impulso narrativo de la escritura de autoficción.
Daniel Guebel, multipremiado, con un estilo propio, es elogiado por su destreza narrativa, una imaginación
desbordante y gran creatividad. Puede verse como un escritor que bebe de la tradición judía irónica y de la fantasía lúdica borgiana.
Esta narrativa de autoficción fantástica mezcla de diario sentimental, obsesión psicológica con el pasado e indagación religiosa y moral es un intento de cura para no curarse, un testimonio de que la escritura puede
ser un lugar para la pervivencia del yo por encima de todo. El ego es algo así como un lugar cutre, limitado,
tedioso, pero conocido. Y más vale malo conocido que bueno por conocer. ¿Escribe el escritor porque
es incapaz de vincularse al mundo? Quizás esta crítica a la forma de vida ególatra, una crítica natural,
desde la inconsciencia del narrador, sea una revelación narrativamente hablando, porque esa crítica al ego
también es una crítica a la escritura como mecanismo de alimentación del ego.
Daniel Guebel, el autor de El hijo judío, se presenta con Las mujeres que amé como maestro de la
ironía. La crítica a la escritura de autoficción desde la propia escritura de autoficción convierte a este libro
en una especie de “Quijote” del siglo XXI.