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Suzette Celaya Aguilar

La tierra sobre tus huesos

El pueblo en el que nació y ha vivido toda su vida Violeta, la protagonista de La tierra sobre tus huesos, ha sido siempre para ella un vientre árido.
Uno que la gestó con desgana hasta que llegó el momento de la expulsión. Pero, a pesar del peligro acechante, Violeta se resiste a abandonarlo, ya que ese pedazo de tierra suplió la ausencia de su madre, fue útero, regazo en el que cobijarse durante su infancia y el lugar donde también yace su única hija, que murió en el momento del parto.
El pueblo será pronto cubierto por el agua y Violeta ha de urdir su plan de huida, única garantía para su supervivencia. La espera por delante un camino que debe recorrer en solitario, pero en el que se encontrará con querencias del pasado, reflejos opuestos, balas con dueño, fuegos interminables y sangre desconocida. Y en el que también, quizá, se encontrará con ella misma. La primera novela de Suzette Celaya Aguilar descubre un nuevo territorio mítico y unos personajes que transmiten la fuerza de los que han de luchar incluso por proteger sus lugares de origen.
140 printed pages
Copyright owner
Bookwire
Original publication
2024
Publication year
2024
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Impressions

  • Elizabeth Alvarez Joséshared an impression15 hours ago
    👍Worth reading

  • Lidia Chávezshared an impression7 months ago
    👍Worth reading
    🔮Hidden Depths
    💡Learnt A Lot
    🚀Unputdownable

  • Rosy Antuñanoshared an impression7 months ago
    👍Worth reading
    🎯Worthwhile

Quotes

  • Elizabeth Alvarez Joséhas quoted15 hours ago
    Beberme el río completo.

    Y reverdecer.
  • Elizabeth Alvarez Joséhas quoted15 hours ago
    Si alguien me hubiera contado esto, pensaría que son inventos, que estas cosas no suceden, que los pueblos no se ahogan y que nadie se queda para verlo.

    Observo las casas desde esta loma. Mi respiración se agita, resuello.

    El pueblo me acompaña con sus propios bramidos.

    Esto terminó como tenía que terminar, con un estertor inconfundible.

    La sangre se me espesa.

    Ya estamos mis muertas y yo. Nosotras. Juntas en el mismo lugar, inseparables.

    Solo me queda esperar.

    Clavar mis pies en el barro enlodado. Perder mi nombre, mi rostro.
  • Elizabeth Alvarez Joséhas quoted15 hours ago
    La humedad carcome los cimientos de mi casa. Sus raíces. Lo observo todo sentada bajo el mezquite. Coloco en la mesa de madera los bultos de mi hija y de mi madre. Media silla está sumergida. El agua me llega a las rodillas.

    Me rodean pertenencias olvidadas de quienes se fueron, restos de muchas vidas. Un puñado de sombreros flota. Temerosos, no se separan. También flota el forraje que quedó sin ser comido por el ganado, latas de café, vasijas. Veo que nadan las lonas que pintó Lina. Navega cerca de mí una cruz de madera. La tomo. La imagino surcando el agua desde la iglesia hasta llegar aquí. La suelto otra vez en la corriente.

    Flota aquello que no se ve: la felicidad de las mujeres al juntarse a tejer sombreros en la cueva, las carcajadas de los hombres en la cantina, los juegos de los niños, los rezos de los ancianos. Pura barbarie muda.

    Intento hablar. Intento gritar, incluso. En cambio, una especie de rumor me brota de la boca. Un eco que se pierde en los caminos del pueblo buscando donde rebotar.

    Es diciembre y el agua me hace sentir frío.

    Me levanto de la mesa. Tomo a mis muertas. Me echo a mi madre otra vez a la espalda y a mi hija la cargo en brazos. Mis pies están medio sepultados en el lodo y me cuesta moverlos.

    Miro al mezquite a través del espejo resquebrajado, a la casa, al cielo. Después me deshago del cristal que tanto me reflejó, lo suelto y me libera que nunca volveré a reflejarme en él. Me deshago también del machete, que se hunde en cuanto lo suelto.

    A lo lejos escucho una voz que grita mi nombre. Una voz de hombre. O tal vez solo sea el viento meciendo los árboles.

    El frío me empuja a salir de ahí, a buscar un paraje todavía seco.

    Camino al cementerio, el punto más alto del pueblo, ese desde donde puede verse el pueblo. El último lugar que va a inundarse. Avanzo a zancadas, levantando agua, chispeándome a veces el rostro.

    Al intentar hablar con mis muertas siento dolor. Como si la garganta se me cerrara y ahora tuviera que hablar con ellas en otro lenguaje. Quizá el mismo que usó mi madre con el mezquite cuando se colgó de sus ramas. Uno sin palabras.

    Llegamos mi hija, mi madre y yo al cementerio. Desde lo alto, este paraje parece a punto de convertirse en una isla. El cerro de cruces al centro y lo demás sumergiéndose poco a po

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