Como todo ensayo de esta estupenda escritora, hay un odio latente en cada página, una gota de tinta de indeleble rencor. Bastante innecesario y que no sólo entorpece la lectura sino que distancia cualquier reacción más allá del disgusto. Se llega a sentir como un regaño constante a la par que la autora se deifica. Es como si la autora deseara que uno no se pudiera asimilar a ella, y si ese es el punto, luego ¿para qué escribir un ensayo?
El texto presenta varias preguntas que merecen ser respondidas. A la vez, él mismo funge como un prismático a través del cual una puede ver su hogar. No me había divertido tanto imaginando la arquitectura de su casa y de sus hábitos. ¿Una confesión? Siento que es información que no ha de ser revelada pero que existe por un delicioso error.
Yosoyú es más gracioso, y menos adolorido. Me fascina ver esa poca comprensión del español, pues cada palabra está demasiado ajustada y con una naturalidad asimétrica. Es el eterno balbuceo de alguien que sabe mucho.
Me gusta mucho la autora y también adoro sus monólogos, pero quisiera que un día escribiera algo mejor labrado, sin música clásica ni diálogos televisivos de fondo.