La civilización, en la hora presente, no solo debe ser defendida. Le es preciso crear constantemente, porque la barbarie no para de destruir, y esa barbarie no es nunca tan peligrosa como cuando da la impresión de que también está construyendo.
La desgracia mayor del mundo, en el momento en que hablo, es que nunca ha sido tan difícil como ahora el distinguir entre los constructores y los destructores, porque nunca la barbarie ha tenido unos medios tan poderosos para abusar de las decepciones y de las esperanzas de una humanidad ensangrentada, que duda de sí misma y de su futuro. Nunca el Mal ha tenido una ocasión tan propicia para fingir que lo que hace son las obras del Bien. Nunca el Diablo ha merecido tanto el nombre que ya le daba san Jerónimo, el de mono imitador de Dios.