–Con ese traje negro y ese arte para robar pistolas ajenas, podrías ser un gran espía.
Abro los ojos. Asher me mira desde arriba, con sus trenzas cayéndole por la cara completamente desordenadas y la ropa hecha un desastre. Me está tendiendo la mano y yo la cojo sin dudar, para dejar que tire de mí y me ayude a levantarme.
–Con ese traje blanco y lo guapo que eres, podrías ser un gran Imperial.
Él se echa a reír y me doy cuenta de que llevaba días sin escucharle una carcajada sincera. Una dedicada solo a mí, como las de antes.
–Ten cuidado con lo que dices, o voy a pensar que estás flirteando conmigo. Y siempre se te ha dado de pena.
–¿De pena? Te recuerdo que fui yo el que te tiró los trastos primero y te quedaste prendado.
–No te equivoques: solo fuiste la obra de caridad de aquella noche en la que decidí mandarte un mensaje.
–No puedo ser tu obra de caridad durante tantos años.
–Es que al final te acabé cogiendo un poco de cariño.
Asher me está sonriendo y yo no puedo evitar hacer justo eso. Esto, esto es lo que echaba de menos. Las bromas, la complicidad, olvidarnos de las cámaras.