Pero ¿por qué siempre tenemos que estar prometiéndole felicidad al género más infeliz del mundo: el masculino? Como si de nosotras dependiera hacerlos jefes de alguna empresa, directores de un periódico, dirigentes de un partido, generales de un ejército, presidentes de algún país rico. ¿Cuándo acabaremos de comprender que la felicidad de la gran mayoría de ellos, desdichadamente, depende del poder, y muy pocas veces, del amor? Aunque digan que un par de tetas halan más que una carreta.