Lo peligroso de las balas no es el trozo de plomo de que constan, sino su velocidad. Lo malo de nuestra civilización no es la técnica, ni siquiera la masificación, sino su prisa, su trepidación, o, con otras palabras, la pérdida del sentido de contemplación, de aquella actividad del espíritu que, al decir de la Teología, constituye el fin mismo del ser espiritual.