Desde la primera vez que pude hablar con Virginia a solas en su estudio, ese cuadro es para mí su fiel retrato. Virginia no es virgen, como parece dar por sentado la etimología de su nombre; de ser, es «anunciación» solamente. Y no es ella la «anunciada», la pasiva, sino la «anunciante», la que anuncia a quien acaba de entrar en su vida, a mí, que no debo interrumpirla, que no me acerque demasiado, que me quede donde estoy, que prefiere sus libros a mis novedades. Y, sin embargo, no podré respetar su deseo porque la quiero a mi lado, muy cerca, muy cerca, lo más cerca posible de mí[80].