En otras naciones civilizadas, la ley permite votar en las elecciones a todo aquel que sabe escribir, excepto a los criminales, a los menores y a las mujeres. Las mujeres, incluidas las grandes filántropas inglesas y alemanas, incluida la descubridora del radio; todas: científicas, profesoras de universidad, médicas, novelistas, poetisas, periodistas, heroínas, artistas, comediógrafas; la gran masa de maestras y profesoras, de empleadas de teléfonos y telégrafos, de oficinistas, de comerciantes, de administrativas; la multitud de obreras, de campesinas; todas son fuerzas activas de las naciones y contribuyen útilmente a la colectividad, pero no tienen derechos civiles, como quien enloquece o delinque. Y, además, las mujeres son consuelo del hombre, fuentes inagotables del amor materno que purifica el espíritu; como un fuego sagrado, ¡así son las madres! Las engendradoras de la humanidad: son ellas las que arriesgaron su propia vida para traer seres humanos al mundo y se convirtieron en las protectoras del porvenir, pues cuidan tiernamente de la infancia y dan reposo a quien está cansado. «¡En el seno que nunca cambia tendrás reposo!».