Nuestro amor ha pertenecido siempre al ámbito microscópico. Hay algún componente de las células, algunas moléculas o compuestos que, fuera de nuestro control, se combinan por su cuenta en el aire circundante, ondas sonoras que forman armonías únicas cuando hablamos. Ocurre en el nivel atómico o de partículas todavía más pequeñas. No nos separan abismos ni distancias. Es algo muy distinto, una especie de vértigo en las células, alguna forma de electricidad o magnetismo, o puede que sea de tipo químico, no lo sé. Se trata de algo que nace en el espacio que media entre los dos, un sentimiento que se intensifica cuando nos encontramos en mutua compañía. Tal vez constituyamos un sistema meteorológico con su condensación y evaporación: estamos cerca, nos miramos, nos rozamos, nos condensamos, nos juntamos, hacemos el amor, dormimos, despertamos y volvemos a nuestra singular relación, un pacífico sistema meteorológico sin catástrofes naturales.