En tal sentido, la pregunta que salta es: ¿cómo no va a ser normal que se le perciba al abogado como un profesionista deshonesto, que se ve ensombrecido por sus turbias actuaciones? La falta de uniformización en los estándares que exige cada una de las miles de escuelas de Derecho que existen va generando desigualdades para el ejercicio de la abogacía, lo que resulta en que los casos no los ganen quienes tengan a los mejores abogados, sino quienes tienen el dinero para pagarle a los mejores abogados. A pesar de haber tantos abogados, los pobres no tienen quién los defienda.