Así pues, que cada cual se diga a sí mismo en cuantas [24 ] ocasiones se ve provocado: «¿Es que soy más poderoso que Filipo? Sin embargo, lo insultaron impunemente. ¿Es que en mi casa puedo más que pudo el divino Augusto en todo el orbe de las tierras? Sin embargo, él se contentó con alejarse de su difamador.» ¿Qué razón hay para que yo castigue con [2] látigos y cepos una respuesta algo desenfadada de mi esclavo y una expresión algo obstinada y unas murmuraciones que no llegan hasta mí? ¿Quién soy yo para que sea un sacrilegio zaherir mis oídos? Muchos han perdonado a sus enemigos: ¿yo no voy a perdonar a los perezosos, a los descuidados, [3] a los charlatanes? Disculpe su edad al niño, su sexo a la mujer, su independencia al extraño, su familiaridad al íntimo. Ahora por vez primera nos afrenta: pensemos en cuánto tiempo nos ha complacido; a menudo también otras veces nos afrenta: soportemos lo que hemos soportado tanto tiempo. Es un amigo: ha hecho lo que no quería; un enemigo: [4] ha hecho lo que debía. Confiémonos al más sensato, absolvamos al más necio; en favor de quien sea arguyámonos a nosotros mismos que también los hombres más sabios cometen muchas faltas, que nadie hay tan discreto cuyo celo no se exceda a las veces, nadie tan maduro cuya gravedad el azar no implique en una acción ardorosa en demasía, nadie tan temeroso de los agravios que no caiga en ellos mientras los está eludiendo.