Hacían amigos con una facilidad sorprendente, pero que tenía algo de aleatorio y quebradizo. A Anna y Tom los habían acogido con una curiosidad y una apertura que a veces parecían sospechosas, síntomas de una soledad de la que todos querían deshacerse. Nunca habrían sabido cómo pedir ayuda a esos amigos en caso de necesidad. Había asuntos de los que nunca hablaban, por ejemplo, el dinero.