Supieron entonces cuál era su misión. Aquella sensación no tenía nombre; les susurró lo que debía suceder: no podrían zafarse de aquellos seres que les perseguían porque eran parte de ellos mismos. Ningún caballo, por rápido que fuera, podría llevarlos a un lugar seguro. Mirad lo que son, susurró la voz, y veréis la verdad.