Los partidos políticos no logran implantar su organización en el campo. En vez de utilizar las estructuras existentes para darles un contenido nacionalista o progresista tratan de trastornar la realidad tradicional dentro del marco del sistema colonial. Creen en la posibilidad de imprimir un impulso a la nación, cuando todavía pesan las mallas del sistema colonial. No van al encuentro de las masas. No ponen sus conocimientos teóricos al servicio del pueblo, sino que tratan de encuadrar a las masas según un esquema a priori. Desde la capital envían a las aldeas, como paracaidistas, dirigentes desconocidos o demasiado jóvenes que, investidos por la autoridad central, tratan de manejar el aduar o la aldea como una célula de empresa. Los jefes tradicionales son ignorados, a veces molestados. La historia de la nación futura pisotea con singular desenvoltura las pequeñas historias locales, es decir, la única actualidad nacional, cuando habría que insertar armónicamente la historia de la aldea, la historia de los conflictos tradicionales de los clanes y las tribus en la acción decisiva para la que se llama al pueblo.