¡Oh, H-Lou…! Era imposible no adorar su cabello ámbar pálido, sus ojos de oro, sus labios rosados, unos labios en los que uno podía adormecerse mientras los besaba. Y su olor. Ella olía a amor, a la Navidad de su infancia. Y su sonrisa. Aquella sonrisa suave que se extendía, entre ríos de plata y desiertos de algodón, por un mundo coloreado con sus sueños.