Google se parecía más a un proyecto académico que a una empresa y, a medida que crecía su popularidad, gastaba dinero a una velocidad aterradora, sin ningún modelo de negocio a la vista. Como reflexionó más tarde Sergey Brin, su cofundador: «Me sentía imbécil. Tenía una empresa emergente de Internet, igual que todos los demás. No era rentable, como todas las demás, y ¿qué difícil es eso?».