Todavía recuerdo los gemidos de Pixi poco antes de exhalar el último aliento. Mis abuelos se habían encerrado con la perrita en el cuarto de baño, probablemente para no exponer a sus nietos a la visión de un animal moribundo. A pesar de ello, no pudieron evitar que oyéramos el sonido de su agonía y los llantos de mi abuela.