¿Había alguna relación entre esos “puntitos negros” y la costumbre y aroma que eran en Diéguez característicos? Yo, tan pronto como me le acercaba, me complacía en creerlo así, para lo cual —acaso contra toda evidencia— me daba a elaborar las más extrañas teorías dermatológicas. Porque el general Diéguez olía siempre a café: no al café que se está tostando o moliendo, sino a un café antonomástico, simbólico de sí mismo, eterno. Y tal perfume se explicaba en él por la costumbre suya de beber café a todas horas: en su casa, en la oficina, en campaña.