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Editorial Comba

  • Allan Farmerhas quoted3 months ago
    ¿Hace cuánto tiempo que tus labios no recorren el caminito de la felicidad, como llamábamos a esa hilera de vellos que nace en el ombligo?
  • Allan Farmerhas quoted3 months ago
    ¿Hace cuánto tiempo que tus labios no recorren el caminito de la felicidad, como llamábamos a esa hilera de vellos que nace en el ombligo?
  • Allan Farmerhas quoted3 months ago
    Me ponen de mal genio cuando me hablan de fortunas ajenas, yo me distraigo, pienso en el gel tibio que facilita el sexo anal,
  • Allan Farmerhas quoted3 months ago
    Me ponen de mal genio cuando me hablan de fortunas ajenas, yo me distraigo, pienso en el gel tibio que facilita el sexo anal,
  • Nora Alvarezhas quotedlast year
    No eres tú, es el destornillado cotidiano azar,

    la puerta del delirio, la fangosa realidad,

    los narcos, la inflación, la solución impar,

    los dioses apagados, la fantasía incapaz,

    Berlín, Fidel, el Papa, Gorbachov y Alá.

    No eres tú, mi amor… son los demás.

    Santiago Feliú
  • Victor Avilés Velazquezhas quotedlast year
    No eres tú, es el destornillado cotidiano azar,
    la puerta del delirio, la fangosa realidad,
    los narcos, la inflación, la solución impar,
    los dioses apagados, la fantasía incapaz,
    Berlín, Fidel, el Papa, Gorbachov y Alá.
    No eres tú, mi amor… son los demás.
    Santiago Feliú
  • Victor Avilés Velazquezhas quotedlast year
    Todo ocurrió en 1993, año cero en Cuba. El año de los apagones interminables, cuando La Habana se llenó de bicicletas y las despensas se quedaron vacías. No había de nada. Cero transporte. Cero carne. Cero esperanza. Yo tenía treinta años y miles de problemas. Por eso me fui enredando, aunque al principio ni siquiera sospechaba que para los otros las cosas habían comenzado mucho antes, en abril de 1989, cuando el periódico Granma publicó un artículo titulado “El teléfono se inventó en Cuba” que hablaba del italiano Antonio Meucci. La mayoría de la gente habrá olvidado poco a poco aquella historia, sin embargo ellos recortaron el artículo y lo guardaron. Yo no lo leí, por eso en 1993 aún no sabía nada del asunto hasta que, casi sin darme cuenta, me convertí en una de ellos. Era inevitable. Soy licenciada en Matemática y a mi profesión le debo el método y el razonamiento lógico. Sé que hay fenómenos que sólo pueden ocurrir cuando determinados factores se reúnen, y ese año estábamos tan jodidos que fuimos a converger hacia un único punto.
  • Victor Avilés Velazquezhas quotedlast year
    Antonio Meucci era un italiano que había nacido en Florencia, en el siglo xix, y que había partido rumbo a La Habana en 1835 para trabajar como responsable técnico del Teatro Tacón, el más grande y hermoso teatro de América en la época. Meucci era un científico, un inventor apasionado, y entre otras cosas comenzó a dedicarse al estudio de los fenómenos de la electricidad, o del galvanismo, que era como se le llamaba entonces, y a sus aplicaciones en diferentes campos, sobre todo en la medicina. Con este propósito había desarrollado algunas invenciones y fue justo en uno de sus experimentos de electroterapia cuando afirmaba haber logrado escuchar la voz de otra persona proveniente del aparato por él creado. En eso consiste el teléfono. ¿No? En transmitir la voz por vía eléctrica.
    Pues con su criatura, que denominó “telégrafo parlante”, Meucci se fue a Nueva York, donde continuó perfeccionando el invento. Tiempo después logró registrar una especie de patente provisional que debía ser renovada cada año. Pero Meucci no tenía dinero, era un pobretón, así que los años pasaron y un buen día de 1876 apareció Alexander Graham Bell registrando la patente del teléfono. Él sí que tenía dinero. Al final, Bell pasó a los libros de historia como el gran inventor y Meucci murió pobre y olvidado, salvo en su país natal donde siempre lo reconocieron.
  • Victor Avilés Velazquezhas quotedlast year
    Ángel vivía solo, en El Vedado. En un apartamento maravilloso, con un balcón que daba a la calle 23, que tanto me gusta, y una sala enorme donde había libros, cuadros, televisor y hasta un equipo de video. En este país, y más en esa época, tener un video te colocaba en una clase superior. Esto de que todos somos iguales a lo único que lleva es a marcar las diferencias con pequeños detalles. Créame.
  • Victor Avilés Velazquezhas quotedlast year
    Ahí empezaron las lecturas que, como casi siempre, yo aprovechaba para mis reflexiones personales. Los escritores, y esto lo comprendí luego de las múltiples lecturas que presencié, son personas que necesitan de una profunda atención, necesitan que los escuchen y los elogien todo el tiempo, como si fueran niños grandes. Seguramente todos necesitamos en cierta medida la aprobación del otro, pero esto en los escritores creo que se multiplica y, en algunos casos, de manera desproporcionada.
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