La grandiosidad no podía resistírsele: cuando era joven, Luis XIV bailó representando a Alejandro en un ballet, Miguel Ángel diseñó el trazado de la plaza del Capitolio de Roma con la forma del escudo de Alejandro y, para Napoleón, la historia de Alejandro era su libro de cabecera, aunque no es más que una leyenda que cada mañana se vistiese ante un lienzo que representaba la mayor victoria del macedonio.