Mi hijo. En cuatro patas, sucio hasta confundirse, en el crepúsculo, con la propia tierra. Un estilo de mimetismo. Por lo menos, poseía esa defensa, característica de las bestias.
En camino olvidé al niño y a su belicosa madre. Era tiempo de hacer las cuentas, en razón de que la súplica del gobernador al soberano traería el traslado y una vez que estuviese en Buenos-Ayres podría reclamar el pago al propio virrey, porque sus cajas eran más fuertes.