Julia Viejo

Después mi mente se elevaba más allá de ellos y del bosque y veía las ciudades a las que una vez pertenecimos

Así que, después de la justificación que nadie había pedido, vuelvo a disculparme por esta obsesión narrativa, del mismo modo que pido perdón a mis plantas por no haberlas regado, con convicción y arrepentimiento, con el pelo sin lavar debido a no sé qué de un apocalipsis que nos tiene a todos encerrados como héroes de otro siglo, y así camino por la casa descalza y medio desnuda mientras murmuro en voz baja: «Lo siento. Me he equivocado. Volverá a ocurrir».

Hice el gesto de papá delante de todo el mundo y en ese momento me di cuenta de que si una cosa tan tonta se contagiaba así a través de la sangre, cómo no iba a contagiarse todo lo demás

Durante muchos años aquella fue la única muestra de expresividad que le vi hacer: un aleteo de pestañas y un ruidito. Como si eso bastara para escapar de la ratonera mental en la que se había metido él solo hablando de las muertes de sus antepasados, siempre antes de tiempo y siempre en verano.

Además, ¿quién seguiría contando todas las desgracias familiares si yo me moría en ese momento, antes de haber arrojado al mundo unos cuantos hijos a los que seguir atormentando?

Siento cómo el latido se me acelera por momentos.
Mis costillas son una jaula y mi corazón, un pájaro en llamas.

El hecho de que sea capaz de andar por ahí sin que me aplaste el peso psicológico de estar viva demuestra que soy una estafadora. ¿Pero es que no somos todos estafadores?

Creo que soy una impostora. Hace veintisiete años era un bebé. Antes de eso, un grupito de células. Y antes de eso, no existía. ¿Cómo voy a ser dependienta de una librería, o católica, o mujer, o persona? Soy una fuerza vital contenida en el cuerpo deformado de un bebé. Cómo no voy a ser un fraude

Sí, y eso significa que los vertederos están repletos de pañales no reciclables de bebés que ya han crecido y han muerto.
—Vaya —contesta en voz baja—. Qué horror, ¿no?
Asiento.
—La basura dura más que la gente

Miro las molduras que bordean la habitación y me pregunto quién más habrá vivido aquí. Pienso en cómo serían sus vidas. Me pregunto en qué pensarían cuando miraban este mismo techo. Me pregunto cuánto tiempo durará este edificio, y quién ocupará este mismo lugar en el futuro