En el principio eran las rocas,
sólo estas frías puertas del infierno, cerradas al mar que moduló la vida en mil pequeñas formas ansiosas de penetrar al fuego que redime, a la paz de la piedra;
nada más que las rocas y el mar solicitándolas
con el dulce furor que adora y mata.
No el verbo ordenador, el hosco silencio
de los cielos sin fondo, sobre el inaudible debate
del agua y de la piedra en un mundo desierto