Cuando se retira la tapa del tubo, la pulga ya no se escapa. Podría, si quisiera, fugarse con toda facilidad; nada se lo impide; es libre. Sin embargo, durante esos días cruciales de sufrimiento, la pulga ya ha interiorizado la enseñanza de que conviene ajustar su salto a la medida precisa para no golpearse y ni siquiera rozarse con la tapa.
Pase lo que pase, ya nunca más, en su vida, la pulga saltará por encima de ese límite. Se quedará siempre un poco más corta. Toda su vida. Jamás se escapará. Y así es como se amaestran las pulgas.