La historia fundamental de la tecnología resulta ser la historia de la fantasía de sus usos tanto como la forma que adquiere en realidad. Los sueños de nuestro decodificador de cable por fin descansaban sobre una hermosa idea: la retransmisión participativa de la vida real. Con un número tan absurdo de canales, las empresas tendrían que entregarnos algunos de los canales, a nosotros, los televidentes, ¿o no? Y acudiríamos a millones a llenar ese vacío. Mostraríamos nuestra naturaleza en los canales del 401 al 499 al igual que lo hacen los cachorros, los océanos y el cielo. Lo haríamos casándonos, discutiendo, mirando la pared, cenando, estudiándonos los pies, celebrando concursos, cantando, estornudando. Éramos centenares de miles los que teníamos cámaras. Solo tendríamos que conectarlas y ponernos a grabar nuestra vida real.