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Katherine Mansfield

  • Ivana Melgozahas quoted2 years ago
    También eran tristes las lámparas en las casas de enfrente. Quemaban débilmente como si echaran algo de menos.
  • GisEllahas quoted2 years ago
    ¿Qué puede hacer uno si, aún contando treinta años, al doblar la esquina de su calle le domina de repente una sensación de felicidad..., de felicidad plena..., como si de repente se hubiese tragado un trozo brillante del sol crepuscular y éste le abrasara el pecho, lanzando una lluvia de chispas por todo su cuerpo?
  • GisEllahas quoted2 years ago
    ¿Para qué se nos ha dado un cuerpo, si hemos de mantenerlo encerrado en un estuche como si fuera algún valioso Stradivarius?
  • GisEllahas quoted2 years ago
    ¡Oh! ¿Por qué sentía tanta ternura esta noche hacia el mundo entero? ¡Todo era bueno, todo justo! Cuanto ocurría colmaba más y más la copa rebosante de su dicha hasta hacerla desbordarse.
  • GisEllahas quoted2 years ago
    Por primera vez en su vida, Berta Young deseaba a su marido.
    Antes sí, lo quería… estaba enamorada de él, pero de otras muy distintas maneras, no precisamente como ahora. Y también había comprendido que él era diferente. Lo habían discutido muchas veces. Al principio, a ella le había preocupado mucho descubrir que era tan fría; pero al cabo de algún tiempo pareció que aquello no tenía la menor importancia. Se trataban con entera confianza, eran muy buenos compañeros y, a su entender, esto era lo mejor de los matrimonios modernos.
    Pero ahora lo deseaba, ¡ardientemente, ardientemente! Esta sola palabra la sentía de una forma dolorosa en su cuerpo abrasado. ¿Era esto lo que aquella sensación de felicidad significaba? Pero, ¡entonces, entonces!
  • GisEllahas quoted2 years ago
    Fue exactamente como si la tierra se hubiera abierto y lo hubiera visto allí tumbado, con las chicas de Woodifield mirándolo. Porque era extraño. Aunque habían pasado más de seis años, el jefe nunca había pensado en el muchacho excepto como un cuerpo que yacía sin cambio, sin mancha, uniformado, dormido para siempre. «¡Mi hijo!», gimió el jefe. Pero las lágrimas todavía no acudían.
  • GisEllahas quoted2 years ago
    Esto es lo que uno ansía saber sobre una casa cuando pone su mano en el llamador. Quizás es así como Dios abre las casas en medio de la noche mientras da un paseo silencioso con un ángel
  • GisEllahas quoted2 years ago
    ¡Oh, qué simpáticos son los obreros! ¿Por qué no podía tener amigos obreros en vez de los muchachos tontos con quienes bailaba y que venían a cenar los domingos? Se entendería mucho mejor con hombres así.
    Tienen la culpa —decidió, en el momento en que el hombre alto dibujaba algo en el dorso de un sobre, algo que debía ser izado o quedar colgado— estas absurdas distinciones de clase. Bueno, por su parte, ella no las sentía. En lo más mínimo, ni un átomo…
  • GisEllahas quoted2 years ago
    Y ahí estaba. En la puerta abierta de par en par, había una ancha bandeja colmada de macetas con lirios rosados. Nada más. Nada más que lirios, lirios, lirios, grandes flores rosadas, muy abiertas, radiantes, terriblemente vivas sobre sus rojos tallos lustrosos.
    —¡Ooh, Sadie! —dijo Laura como en un gemido. Se agachó como para calentarse en ese resplandor de lirios; los sintió en sus dedos, en sus labios, creciendo en su pecho
  • GisEllahas quoted2 years ago
    Oh, imposible, ¡pastelitos de crema tan enseguida del almuerzo!, la sola idea hacía estremecer. Pero dos minutos después Josefina y Laura se estaban chupando los dedos con ese aire absorto que sólo da la crema de batida
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