Wilson, un innovador consumado, no tenía miedo de cambiar radicalmente su opinión para ir allí donde la ciencia lo llevaba, aunque ello significara echar al traste su propio legado. El jurado todavía debate la veracidad de la propuesta de Wilson (podría acabar siendo incorrecta), pero, acierte o no, no es de los que consideran que las piezas están pegadas para siempre.