Lo poco que me es posible prometer aquí es que si mis crónicas se leen con buen ánimo y sin mala leche entonces el viaje será compartido y nadie se arrepentirá. "La gente no es mala si tiene espacio donde moverse", se escucha decir a un personaje en Hotel Savoy, la novela de Joseph Roth. Mas yo añadiría que el espacio en donde uno puede moverse se relaciona más con la libertad, la curiosidad y la imaginación que con el espacio mismo (en el espacio lo extraño es mera continuación de lo conocido). De lo contrario, lo más conveniente habría sido, en mi caso, realizar un viaje de cuarenta días alrededor de mi habitación y no exponer a los otros al mal rato de mi presencia y compañía. Aunque en general fui un viajero solitario, no grato y modesto llegué a urdir amistades que hicieron de mi vagancia algo memorable o, al menos, un suceso digno de recuerdo. Es posible que muchas de ellas no me guarden en su memoria, ya que ejercí con mucho cuidado la sana acción de pasar inadvertido —hasta donde mi temperamento lo permitió—, mas a todas estas personas, intensas y ocasionales, dedico este libro de crónicas.