Todos los secretos del cuerpo quedaban al descubierto: huesos que asomaban entre la carne, vislumbres sacrílegos de un intestino o un nervio óptico. De esta nueva perspectiva íntima extrajo una enseñanza simple, una cosa obvia que siempre había sabido y que todos sabían: que una persona es, entre todo lo demás, una cosa material, que se rompe fácilmente pero que no es fácil recomponer.