Cuando un esclavista se lo lleva para venderlo, Tom queda, por un instante, sin sus grilletes; no existe la posibilidad de que huya porque tiene internalizado, por completo, el sistema en el cual él es una víctima. En realidad está convencido de que es propiedad de alguien, así que escapar sería robarle a su propio dueño, un crimen que ni sueña cometer.