Lo besé, para ver si así volvía. Lo besé y posé mis labios en los suyos de modo que nuestras respiraciones se entremezclaron y las lágrimas de mis ojos se convirtieron en sal en su piel, y me dije a mí misma que, en algún lugar, unas diminutas partículas de él serían parte de mí, ingeridas, tragadas, vivas, perpetuas. Quise apretar mi cuerpo por completo contra él. Quise inspirarle un deseo. Quise entregarle toda la vida que sentía y obligarle a vivir