La Ilustración, por muy impotente que pueda aparecer como mero medio de razón, es tan sutilmente irresistible como la luz, de la que, siguiendo una tradición de cuño más bien místico, toma su nombre: les lumières, iluminación. La luz tan sólo no puede llegar allí donde existen obstáculos que quiebran el rayo. Por eso, lo más importante para la Ilustración es, primero, encender las luces y, después, eliminar los obstáculos del camino que podrían impedir la propagación de la luz. La luz «en sí misma» no puede tener ningún enemigo. Se piensa a sí misma como energía pacíficamente iluminadora. Allí donde ella toca superficies reflectantes, se hace la claridad. La cuestión será la siguiente: estas superficies reflectantes ¿son realmente las últimas metas de la iluminación o se introducen entre las fuentes de la Ilustración y sus destinatarios reales?