No solo matarán a este Siervo, soportará el dolor, el sufrimiento, las heridas, ser molido y dañado. El pecado acarrea la desintegración del espíritu, del alma, del cuerpo y de las relaciones. Su castigo es la fractura y pérdida de shalom: la plenitud relacional con Dios, con nosotros mismos, con los demás y con la tierra en la que hemos sido diseñados a vivir y florecer.