Pero, todos esos seis eran unos diablos, en cuanto bebían... Uno le tiraba de las orejas, otro del rabo; Quiquet se le encaramaba en el lomo, Bélugnet le ponía su birrete, y ni uno solo de aquellos pícaros pensaba que de una corveta o de una sarta de coces el bueno del animal hubiera podido enviarlos a todos a las nubes y aunque fuese más lejos... ¡Pero, no! Por algo se es la mula del Papa, la mula de las bendiciones y de las indulgencias... Por muchas travesuras que hicieran los muchachos, ella no se enfadaba, y sólo a Tistet Védène guardaba ojeriza. Y, es claro, cuando sentía a éste detrás de sí, le daba comezón en los cascos, y no le faltaba razón para ello. ¡Ese granujilla de Tistet hacíale unas jugarretas tan feas! ¡Eran tan crueles sus invenciones después de beber!..