Regresar a la alucinada ciudad de Santa María, emplearse en el astillero de Petrus y enamorar a la hija de éste es para Larsen la última oportunidad de encontrar un sentido. Sin embargo, muy pronto dicha tentativa se convierte en una rigurosa farsa: no hay nada que hacer en un astillero paralizado y en ruinas, ni es posible amar voluntariamente. A pesar de que la vida lo excluye, Larsen continúa impertérrito en su papel, como si no quisiera mirar a la cara a un mundo en vías de extinción, o tal vez porque fingir es la única salida posible contra la locura.