Las relaciones familiares se imponen como las protagonistas de estos relatos. Adaui atrapa pequeñas escenas de la vida doméstica, recuperando gestos, roces y risas de la cotidianeidad. Con finísima puntería, la autora flecha presas imperceptibles para el observador aletargado por la costumbre y encuentra las fisuras en las relaciones humanas, esbozando abismos que pueden confundirse con el más inocente de los baches.
La escritura aparece como método de fijación de la realidad, un remanso entre las presencias contrapuestas de las figuras paternas, entre lo que se dice, lo que se calla, lo que se teme… La precisión narrativa de la autora logra climas complejos en relatos breves, a veces de una sola frase, en los que son claves el ingenio y un particular manejo de los diálogos, que se insertan sin aviso y provocan en el lector la sensación de que espía una conversación en la cocina de la casa de su infancia.
En la herencia de Raymond Carver, se despliega una constelación de vidas cruzadas en la que también hay lugar para lo onírico, para la sensibilidad de las mascotas, los recuerdos de la niñez, los viajes a la playa y el agua, una presencia constante y mediadora: «Solo el mar me permite sostener todo lo que fuera de él es insostenible».