A mitad de camino de la entrada se detuvo y se dio la vuelta para mirar la casa. Allí estaba, como estaría siempre en sus pesadillas, el gran tejado en punta recortado en destellos por las nubes rotas por los relámpagos. Fue aproximadamente en aquel punto desde donde había visto por primera vez Blackwood, piedra gris sobre piedra gris, como el rompecabezas de un niño, con las ventanas ardiendo por el sol de última hora de la tarde, como si el interior estuviera en llamas