Mientras desayunaba experimenté un cambio de perspectiva en consonancia con el cambio de ropa: los mismos cuchillos y tenedores de mi juventud, los mismos platos, el mango liso y gastado del mismo cuchillo del pan, el anticuado crucifijo colgado encima de la cocina, todo igual de viejo, igual de liso e igual de blando que la mano de mi madre.