En esa época llevaba conmigo, en ocho cintas magnetofónicas, una grabación de El pájaro espino de Colleen McCullough, novela con la que por espacio de cinco semanas estuve unido no ya por una relación amorosa, sino por un verdadero matrimonio (lo que más me gusta del libro es la descripción de cómo, en el transcurso de unas dieciséis horas, la anciana malvada se pudre y se llena de gusanos).