l vino se me ha subido a la cabeza, me doy cuenta cuando entro tambaleándome en la cocina para coger otra botella. Me encuentro en ese estado chispeante perfecto en el que uno se siente cómodo y cálido, sin pensar en nada. Carla deja escapar su risa característica, ese cloqueo de bruja tan sonoro que es capaz de ahuyentar a los fantasmas. Y de fondo, tímidamente, bajo la vital y estridente carcajada de Carla, se oye también la risa de Steph, un sonido que no había vuelto a oír desde hacía semanas. Desde aquello.
Cojo otra bolsa de patatas fritas mientras intento ignorar el a