El doctor Montaña emerge inesperadamente como testigo de un paciente misterioso. Daniel Alcampo, astuto y joven universitario que acude a la consulta aquejado de una depresión no exenta de insomnio. Preguntas y respuestas de rigor constituyen el perfil médico establecido casi maquinalmente.
Después del diagnóstico y el tratamiento, paciente y doctor descubren formas curiosas de la desconfianza, forzados a un juego de hipocresía y disimulo que va más allá de lo previsto.
El trasfondo empieza a dibujar la casi irreal existencia de un baño turco supuestamente recién inaugurado en la ciudad. Entre mitos y encubrimientos, la curiosidad va llamando a las mentes joviales con una premisa exótica: muchachas jóvenes que se exhiben en una especie de piscina climatizada.
Como santo y seña, el rumor se esparce por la ciudad con su aspecto sugerente, atrayendo en un modo ladino a los jóvenes curiosos, esa población mimética y resuelta a las aventuras lúbricas.
Pero la realidad esconde una forma de la infamia insospechada por todos. El doctor Montaña inicia su propia indagación empujada por la inquietud que suscitan los comentarios al respecto, transformándose en un espía del lugar y los hechos.
Silenciando el resultado de sus pesquisas, otra vez en su consulta, atribuye una historia al último paciente joven al descubrir con la mirada los elementos, a modo de ornato, que el muchacho muestra distraídamente. Y la historia, lejos de ser una conjetura, resulta el calco de otra que cotidianamente protagoniza el enigmático Daniel Alcampo, un nombre y apellido deliberadamente quimérico para proteger la verdadera identidad, también descubierta por Montaña, del universitario que forzosamente se encubre para defender su dignidad y el prestigio de sus afamados progenitores.