En aquel momento aún no había entendido que el primer esbozo de lo que sería una plegaria estaba ya naciendo del infierno feliz donde yo había entrado, y de donde no quería ya salir.
De aquel país de ratas, tarántulas y cucarachas, amor mío, donde el gozo fluye en gruesas gotas de sangre.
Solo la misericordia de Dios podría sacarme de la terrible alegría indiferente en que me bañaba yo, toda entera.
Pues yo exultaba. Conocía la violencia de la oscuridad alegre; yo era feliz como el demonio, el infierno es mi máximo.