A mí, como a todo el mundo, se me había dado todo, pero había querido más: había querido conocer ese todo. Y había vendido mi alma para saber. Ahora entendía que no la había vendido al diablo, sino a alguien mucho más peligroso: a Dios. Que me había dejado ver. Pues Él sabía que yo no sabría ver lo que viese: la explicación de un enigma es la repetición del enigma. ¿Qué Eres?, y la respuesta es: Eres. ¿Existes? Y la respuesta es: existes. Yo tenía la capacidad de preguntar, pero no la de escuchar la respuesta.